Indignación y desconcierto de los vecinos de Benigno Granizo dos semanas después de la explosión
En la madrugada del domingo 12 de agosto una bombona de butano explotaba en el corazón de Pozuelo Estación, en un local de aparente comida china. Aparente porque nunca nadie ha visto entrar a comensal alguno. Dicen que la servía a domicilio, pero muy pocas veces el repartidor -un varón de tez cobriza metido en un cochambroso Peugeot 105 rojo descolorido- pasaba por allí.
Hoy, 17 días después, la calle destila el cabreo de los vecinos. Sobre todo de los de Pozuelo de toda la vida. Se reúnen en comandita para recabar información unos de otros, para apoyarse mutuamente o simplemente con el fin de compartir sus penas. Hoy, afirman, les han convocado a una nueva reunión con el Ayuntamiento a las 8 de la tarde. De las anteriores no han sacado nada en claro, salvo confusión, afirmaciones contradictorias y la percepción de un caos organizativo de un Ayuntamiento pillado de vacaciones.
Y me cuentan. Y no sé si creérmelo. Que no les han dejado entrar a por ninguna de sus pertenencias, pero que un rumano lo ha conseguido tres o cuatro veces con veladas amenazas a la autoridad. Que hay un coche patrulla de la Policía Municipal de manera permanente en la calle Benigno Granizo, pero no así en la posterior, por cuyo solar colindante se puede acceder, y de hecho alguno lo ha hecho con nocturnidad y alevosía. Que la poli ha pedido a los vecinos cuyas ventanas dan a este descampado que si ven acceder alguien que avisen a la autoridad. El ejército de Pancho Villa, vamos.
Me soplan también que los afectados por la explosión piden al Ayuntamiento los informes sobre los daños estructurales que han redactado los peritos, y no se los dan. Se quejan -nacionalismos y racismos trasnochados aparte- de que los Servicios Sociales parece que hacen más caso a los extranjeros que a los residentes de toda la vida de Pozuelo.
Aseguran que el establecimiento albergaba más bombonas de las que en un principio se dijo. Que no eran siete, que los Bomberos han sacado unas cuantas más. ¿Qué había en ese chiscón? Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero la cosa huele mal.
Y, entretanto, los propietarios siguen sin saber si les van a derribar o apuntalar el edificio, si ha sufrido daños severos, qué hacían los chinos en realidad en ese antro. Y -joyas y otros objetos de valor aparte- también han perdido buena parte de sus raíces: ordenadores con documentos personales o de trabajo, papeles de contratos, fotografías de sus seres queridos, recuerdos de toda su vida… Empezar de nuevo sin fardos, sin bagajes, casi desnudos, como los hijos de la mar de Machado.
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