Noche de gloria para el Ballet de San Petersburgo
Un espectáculo singular, en un auditorio repleto de personas de todas las edades, deseosas de empaparse con la magia de las coreografías de Yakobson, encarnada en los movimientos de la compañía rusa representando «Paso a cuatro», «Rodin» y «Espartaco».
La noche transcurrió tranquila, concentrada, en las amplias gradas del Auditorio El Torreón donde, ya en los albores de la representación, la gente comenzaba a tirar de chaqueta y acurrucarse en sus asientos con cada pequeña brisa que corría. Aun así a la mayoría se nos hizo corto.
Fueron tres, muy distintas, las obras de Yakobson que nos presentaron con motivo del centenario de su nacimiento. Primero «Paso a cuatro» donde la miniatura coreográfica se fusiona con una música hechizante, ambientada en el romanticismo, con su amor al mundo fantástico, aspiración al refinamiento y estilización de las formas. Cuatro clásicas bailarinas se introducen en una lenta danza, unidas en un círculo con una fuerza invisible. Pero la música resulta más fuerte, rompiendo el círculo y otorgándole a cada una de ellas la libertad. Una vez separadas, Cielo, Viento, Lluvia y Nube, cada una disfruta de su danza.
Bajo un escenario vacío y oscuro, comenzó «Rodin», un espectáculo basado en seis populares esculturas del genio francés. Eterna Primavera, Beso, Ídolo Eterno, Desesperación, Éxtasis y Minotauro y Ninfa fueron las elegidas para una composición coreográfica de finales de los 50, que bien podría situarse en nuestro tiempo. Quizá por eso Yakobson fue tan duramente criticado tras su estreno en el escenario del Teatro Kirov de San Petersburgo, culpando a sus coreografías de un inadmisible erotismo y plástica sensual, recomendándole vestir a sus bailarines con las tradicionales túnicas griegas de la época en lugar de mallas blancas y ajustadas. La iluminación es un concepto importante dentro del propio argumento de la obra, donde los chorros de luz dura realzaban la fortísima expresividad de los personajes, esculturales cuerpos despiertos por la gracia de la música.
La noche transcurrió tranquila, concentrada, en las amplias gradas del auditorio El Torreón donde, ya en los albores de la representación, la gente comenzaba a tirar de chaqueta y acurrucarse en sus asientos con cada pequeña brisa que corría. Aun así a la mayoría se nos hizo corto. Fueron tres, muy distintas, las obras de Yakobson que nos presentaron con motivo del centenario de su nacimiento. Primero Tras un descanso de quince minutos el telón descubría un escenario ambientado en Roma. Era el turno de «Espartaco», escenas de la vida romana al son de la música del compositor Khachaturian. Por primera vez el ballet negó las formas clásicas dándose a la práctica de la « plástica libre», utilizando túnicas y sandalias de fin del imperio para narrar la historia de un gladiador. Fue en 1981 cuando Yakobson creó la versión reducida de este ballet ( un acto ) para incluirla en el repertorio de su compañía. Adagio de Frígida y Espartaco, Último combate de Espartaco y Llanto de Frígida, fue la parte del ballet que tuvo al espectador más envenenado en parte por la pasión y fuerza de la representación, como por el fatídico desenlace. Alrededor de cuarenta minutos de esta envolvente segunda parte. Para finalizar, larga ovación como agradecimiento a esa magnífica noche de verano cultural.
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