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La importancia de un profesor

La importancia de un profesor

El pasado domingo 31 de enero, por la tarde, recibía un mensaje que decía que “Don Joaquín”, había fallecido. Don Joaquín (Joaquin Romeu) era antiguo profesor del Colegio Público Pinar Prados de Torrejón. No hace falta apellido, quien haya sido alumno del “Pinar Prados” en los años 80 y 90, sabrá perfectamente quien era.

Nada más recibir le mensaje, hablé con un compañero de trabajo y comentándolo con él, le dije que estaba pensando ir al tanatorio. ¿Pero como vas a ir al tanatorio si ha fallecido un profesor de cuando estabas en EGB? Que de eso hace más de 25 años, me dijo. No lo entiendes, le dije yo, tu no has tenido a Don Joaquín.


Hablé con varias amigas (amigas desde el mismo día que, con 6 años, en 1986, Don Joaquín me presentó en clase como “Laura, la nueva”) y aunque tuvimos alguna duda inicial de si era buena idea o no ir al tanatorio, en plena pandemia, reflexionamos un minuto y pensamos que ¡Cómo no íbamos a ir a despedirnos de él!

¿Cómo no íbamos a ir a dar un beso (con mascarilla y distancia social) a su mujer, Amparo? Amparo, cocinera del colegio todos estos años. Cómo no íbamos a ir a darle un beso un con todas las veces que nos había aguantado el “Amparo, échame menos que no me gusta”, “Amparo, échame más que quiero repetir” o “Amparo, déjame mirar en la basura que se me ha caído en la bandeja el aparato de los dientes”.

Cuando llegamos, al entrar, con mascarillas y unos 27 años más, Amparo tardó un poco en reconocernos y a sus hijas les explicamos que éramos antiguas alumnas de su padre. El momento fue especialmente emotivo porque, evidentemente, no nos esperaban en una situación así.

¿Y quien era Don Joaquín? ¿Por qué hoy escribo esta carta? Fue el profesor que me recibió cuando a mitad de curso, en primero de EGB, me cambié al Pinar Prados. Fue mi tutor, mi profesor de lengua y literatura y, esta parte no la recordaba, mi profesor puntual de plástica.

No eran fáciles sus clases y era exigente, mucho, serio y duro como pocos. Quien haya sido alumno suyo recordará lo que le gustaba decir, “pero ché cariño, que no te enteras”. Le teníamos un respeto absoluto. Claro reflejo de ello es que, si hoy dijese Joaquín, nadie sabría a quien me refiero, pero si digo Don Joaquín, y eres antiguo alumno del Pinar Prados, no tendrás dudas. Solo algunos de los profesores tienen “Don” y Don Joaquín era uno de ellos. No empezaba las clases si no aparecía el culpable de la travesura (con 6 o 7 años, no se hacen gamberradas, solo travesuras) y nadie (o casi nadie) chistaba en sus clases. Cuando contestábamos un sí, siempre decía “Si, ¿qué?” … ya se nos había vuelto a olvidar, “Si, Señor”.

Sin embargo, cuando estábamos en 8º EGB y ningún profesor quería venirse al viaje de fin de curso (ni más ni menos que, a Tenerife), él se ofreció voluntario. No solo él, sino que Amparo se vino con nosotros también. El viaje fue inmejorable, no es fácil irse de viaje con más de 20 jóvenes de 14 años y ellos lo hicieron (de hecho, lo hicieron posible, porque sin ellos, no habríamos podido irnos de viaje).

Hay personas en la vida que dejan huella, y los profesores, probablemente sean de los que mas. En este caso, sin lugar a dudas, lo fue. No solo para mí, creo que no me equivoco si hablo en nombre de las dos clases que cursaron 8º EGB en el año 1993-1994.
Por ello, es por lo que me he decidido a escribirle esta carta de despedida y darle las gracias por todo lo que fue y lo que hizo por nosotros.

Gracias por todo, Don Joaquín. D.E.P.

Laura Egido Blanco
Ex alumna del Colegio Público Pinar Prados de Torrejón (1986-1994)

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