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El G-20 y la codicia

 

Entre las rutinarias protestas de los antisistema, ya perfectamente integrados como violenta comparsa del régimen internacional de convocatorias políticas de alto nivel, se reúnen estos días, en Londres, los líderes políticos de los países más importantes del mundo e, infiltrados, algunos lidercillos de segunda fila que, con propaganda política masiva, hacen creer a la población de su país que son de primera; la necedad delata la vileza de estos invitados.

Mientras que Obama propone resolver problemas antes que buscar culpables de la crisis, ZP se regodea acusando de ella a la codicia –así, en general- de algunos. Ciertamente la codicia abunda en el mundo, pero no es fácil de localizar ni atajar. La condena moral durante siglos –desde las Tablas de la Ley de Moisés- no ha conseguido erradicarla. Ahora ZP la condena de nuevo, pero en sentido crítico. Debe estar seguro de que sus votantes suponen que es muy mala aunque no hayan podido aprenderlo en la lista de virtudes y vicios del catecismo socialista, cuya inexistencia nos impide saber si es un pecado capital o sólo venial y cómo se corrige. Parece plenamente confiado del efecto reductor de la avaricia de sus palabras a la par que le dispensan de tener que aclarar si sólo la produce el dinero o también los votos y el poder, como los que él detenta, y de cómo se relaciona con el capital de determinadas cajas de ahorro que, gestionadas por socialistas, se hunden.
 
Ser críticos acusando a la codicia ajena exime de tener que hacer los esfuerzos personales que exigía la moral que la condena; permite parecer desprendidos, pero sólo con el dinero ajeno, de hecho esos críticos no han trabajado nunca. Tranquiliza la narcotizada percepción de sus solidarios votantes suponiendo un reducido y maligno grupo de codiciosos causante de todos los males; les permite considerarse mejores individuos frente a unos supuestos corruptos que siempre son otros y creerse buenas personas pese a ser meros individuos genéricos sin necesidad de moral y todo ello sin tener que dar cuentas de los resultados de la solidaridad.
 
Pero resulta curioso y paradójico que unos cuantos codiciosos anónimos puedan frustrar la magnánima solidaridad de la mayoría de la población de un país que tiene la lucidez necesaria para elegir a gobernantes brillantes y desprendidos como ZP, pero que al parecer carece de la capacidad de marginar a esos pocos codiciosos que envían al paro y arruinan la vida de millones de personas a los que ZP ofrece pleno empleo. Lástima que los lúcidos socialistas no sean, tampoco, capaces de demostrar su solidaridad sin utilizar el sistema impositivo y recaudatorio público con el que detraen con impuestos la riqueza que producen otros y parece que viven de ella como parásitos solidarios. Quizá deberían reflexionar sobre sus autoproclamadas capacidades, pero no creo que lo hagan.



* Juan Antonio Martínez Muñoz es profesor titular de Filosofía del Derecho de la Universidad Complutense de Madrid.

Este diario no asume como propias las opiniones difundidas a través de las colaboraciones y cartas al director que publica.

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