Niños inquietos en sus butacas, pequeños que saludaban a sus amigos desde sus localidades, padres que leían el programa de la actuación a sus hijos… En los prolegómenos del espectáculo Buuu!, con el que la compañía Yllana sorprendió en la tarde de ayer a los asistentes que abarrotaron una vez más el MIRA Teatro, todo parecía normal.
Sin embargo, la presentación del espectáculo a cargo de un esqueleto parlamente demostraba que nada iba a ser como se esperaba. Él se encargó de avisar de que, para que la obra comenzara, se necesitaba un ingrediente fundamental en esta terrorífica pócima: el grito de los allí presentes. Una vez logrado este condimento, el conductor del relato, lejos de asustar a los espectadores, despertó las primeras carcajadas gracias a su delirante baile.
La demostración de que se trataba de una tarde especial es que incluso las preguntas retóricas encontraban respuesta entre el auditorio entregado. Una atención que los tres intérpretes explotaron a lo largo de los 70 minutos que duró la representación con la participación activa del público.
La visión de un sucedáneo de Drácula o de otro de Frankenstein divirtiendo sin cesar se convertía en algo surrealista. Y más si tenemos en cuenta que el vehículo empleado para comunicarse con el jovencísimo público era exclusivamente el lenguaje gestual. En momento alguno emplearon la palabra, solamente emitieron extraños gruñidos que de una manera mágica llegaron a los pequeños y mayores allí presentes.
Humor incluso en los errores
La sincronización entre los movimientos de los personajes y los sonidos emitidos por los técnicos rayaban la perfección hasta que Frankenstein subió al escenario con sus pesados pasos. Pese a que el metálico personaje se encontraba detenido en la escena, los sonidos de sus pasos continuaban sonando, lo que despertó las carcajadas de los presentes, incluidos los propios actores, que con su habitual lenguaje gestual bromearon acerca del estado de embriaguez del técnico de sonido.
Este humor, aderezado en continuas ocasiones de altas dosis de improvisación, se apoya en los frecuentes trucos de magia que sirven como hilo conductor del relato, hasta el desenlace final en el cobra el rango de claro protagonista.
En este momento crucial, en el que no se renuncia a la risa, Dracool, tras convertir un pañuelo negro en uno de lunares o una varita mágica en confeti se dispone a devolver a su amada a su estado original. Para ello tendrá que realizar de nuevo aquel fatídico número que la convirtió en una jorobaza con tendencia al eructo.
Un desenlace lleno de tensión
En esta ocasión, gracias a la inestimable ayuda de Frankenstein, consigue introducir correctamente las espadas en la caja en la que se haya su compañera sentimental y así logra devolverla a su rubicundo estado.
Este feliz desenlace dio paso a una sonora ovación que sirvió como reconocimiento al trabajo de esta compañía que desde 1991 lleva originando carcajadas allí por donde va.
Ya en la salida los padres preguntaban sonrientes a sus hijos acerca de si les había gustado la obra. La respuesta era unánime: «Sí, mucho», repetían uno tras otro mientras se enfundaban en sus voluminosos abrigos.
En tan solo una hora y cuarto, los gritos iniciales se convirtieron en incesantes carcajadas.
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