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Segundones contra Darwin

 

Si no saben quién es Manuel Cobo, mejor. Es un esclavo de Ruiz Gallardón. No, no piensen que ya estoy aquí faltando a la autoridad con mi irrefrenable insolencia. Este Cobo, que es el vicealcalde del Ayuntamiento de Madrid, es decir, el segundo en el escalafón, se definió en su día como «esclavo moral de Gallardón». Son palabras literales. Que dan una dimensión bastante exacta del coeficiente intelectual de este individuo. Ahora ha vuelto a aparecer en escena para criticar, naturalmente sin dar nombres, a compañeros suyos de partido del entorno de Esperanza Aguirre. A ellos se refirió como «esos que se emborrachan de poder y enloquecen». Muy educativo. Pero con nombres y apellidos habríamos aprendido más.

Aquí en Pozuelo, el número dos, según el organigrama oficial, es Mariano Pérez-Hickman, que ustedes no saben quién es, y yo, tampoco. Pero, tal como se ha escrito en las últimas semanas en Diario de Pozuelo, la número dos real es la prestigiosa concejal Yolanda Estrada. Que gracias a su perspicacia y discernimiento se llevará por delante al nuevo alcalde. Pero el interesado aún no lo sabe. Y cuando lo sepa, lo más probable es que ya sea tarde.


Cuando veo detrás de Rajoy, en todas las fotos, a un tal Jorge Moragas, me pongo a temblar. Pensar también que esta inteligencia, dedicada a la tarea de jefe de gabinete del presidente del PP, puede llegar un día a ocupar una silla en el Consejo de Ministros, es para echar a correr hacia la frontera más cercana. Aunque sea Portugal. Lo mismo me ocurre con el números dos de Esperanza Aguirre, otra celebridad, de méritos aún inéditos, que atiende al nombre de Ignacio González.

Sin embargo, la historia política reciente de nuestro país ha tenido a números dos extraordinarios. Alfonso Guerra lo fue de González. Y Francisco Álvarez-Cascos lo fue de Aznar. De Guerra se cuenta en Moncloa una leyenda urbana. El ujier se dirigió a Guerra: «Ha dicho el presidente que vaya a su despacho ipso facto, que quiere decir inmediatamente». A lo que Guerra contestó: «Iré motu propio, que quiere decir cuando me salga de los cojones». Glorioso. Un par de cojones tenía también Cascos. En 1998, Felipe González intentó enredar al entonces vicepresidente del Gobierno en supuestas promesas de indulto a los implicados en los GAL, y le amenazó «con la caída de una losa sobre él por este asunto». Cascos no se arredró y llegó al Congreso de los Diputados con la escopeta cargada: «Sólo espero que si me cae una losa encima por este asunto, no sea de cal viva». Memorable.

Pues de Guerra y Cascos hemos pasado a Cobo, a Moragas, a Pajín, a Estrada. Estas sabidurías son las que se ocupan de nuestros intereses. Cuando Dios repartió la inteligencia, todos estos estaban de vacaciones. Acabarán por estropearle a Darwin su teoría de la selección natural. Pero esto es lo que , y con estos bueyes tenemos que arar. Metafóricamente hablando. O no. En fin, estamos en agosto, así que dejemos el pesimismo para tiempos mejores.


Este diario no asume como propias las opiniones difundidas a través de las colaboraciones y cartas al director que publica.


 

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