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Las caretas del sectarismo

 
Ya está avanzado agosto y yo debería dedicarme exclusivamente a mirar culos y a tomar el sol sin sombrero. Y, sobre todo, a no pensar en nada. Pero soy incapaz. Estoy literalmente a tomar por saco, donde Cristo perdió los clavos, a miles de kilómetros. Y aquí no hay muchos culos que afrontar. Nos levantamos a las cinco de la mañana. Meditación. Abluciones. Fruta, galletas de jengibre y te. No hay televisión, aunque sí conexión a internet. Estamos pues lejos del mundanal ruido, pero no tanto. A las siete nos ponemos manos a la obra. Cada uno a lo suyo. Todo el día por delante. Intento practicar el sabio consejo de Jorge Valdano. Agitar la vida permanentemente como si fuera un bote. Hoy lo hago en Vientián, en el valle del río Mekong.



Si Conde Pumpido y Mª Teresa Fernández de la Vega no descansan, yo tampoco. No sería responsable. El otro día leí que habían pillado a la otra vicepresidenta, Elena Salgado, comprando en Prada, en la calle Serrano de Madrid. Dejando a un lado el debate sobre si es progresista o no comprar en una tienda como Prada, me quedé tranquilo. Si está en Prada, no está trabajando. Un alivio. Porque cuando trabaja ya sabemos cuáles son las consecuencias.

Los socialistas enterraron a Montesquieu hace un siglo. Pero ahora ni se molestan en guardar las apariencias. Caretas fuera. La intervención de De la Vega anunciando el recurso al sobreseimiento de la causa contra Camps fue conmovedora. Iba a escribir patética. Mejor, conmovedora. Titubeaba. Se atascaba. No estaba pasando un buen rato. Tal vez era el efecto del jet lag. O vergüenza propia ante una actitud democráticamente infumable. No creo que fuese esto último. El sectarismo nubla el intelecto y destruye la racionalidad. Esa es la explicación. Moraleja: De la Vega debe viajar menos y comprar más. Aunque sea en Prada como su colega. Cuando Zapatero llegó al Gobierno se le llenó la boca de promesas sobre la necesidad de despolitizar la Fiscalía General del Estado para convertirla en un órgano independiente. Ya lo vemos. Literatura para desprevenidos.


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Ya no se hablará de los trajes de Camps. Es una buena noticia para Camps y para Valencia. Pero no para Madrid. Ahora, el gran cañón Berta de El País apuntará, sin duda, hacia Esperanza Aguirre y alrededores. Como Boadilla del Monte. Como Pozuelo. Aquí, que se sepa, trajes no ha habido. Pero sí aparatosas cestas de Navidad que no cabían por determinadas puertas del ayuntamiento. Generalmente siempre las mismas. Y aunque, según Garzón, por aquí no hay trajes, algunos roperos están llenos de modelitos. Y en los garajes sigue habiendo coches de gran cilindrada.

 

jacobodemaria2@gmail.com


Este diario no asume como propias las opiniones difundidas a través de las colaboraciones y cartas al director que publica.


Este diario no asume como propias las opiniones difundidas a través de las colaboraciones y cartas al director que publica.

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