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Palabras viejas

 
Ortega hablo de la rebelión de las masas. Y hoy toca escribir de la rebelión de la chusma. Pero yo voy siempre a la deriva y no me gustan las hojas de ruta. Ya se ha dicho todo sobre este asunto. Luego seré breve. Además, detesto los púlpitos y los sermones. Y el gran filósofo José Antonio Marina aún sigue en ejercicio. Mejor, léanle a él. Como siempre, ha dicho cosas sensatas. Y útiles. Sobre la moda paternal consentidora y sobre la laxitud en la enseñanza pública o privada. Sobre la pedagogía que deben tener las decisiones judiciales y sobre el papel de los medios de comunicación publicitando los castigos. En resumen: tolerancia cero, el que la hace la paga, explicaciones, todas. Algunos padres no salen nada bien parados. Y algunos jueces salen peor.



Hablando de pitones la semana pasada, el alcalde de Pozuelo cogió el toro por los cuernos. A tomar vientos los botellones. Gonzalo Aguado, que es un caballero, habló de energúmenos. Yo, como no lo soy, hablo de golfos, gamberros y descerebrados. Y de borregos. Desconozco las motivaciones de estos sujetos, y me niego a ponerme trascendente. Me importa un huevo de pato si son de aquí o de fuera. Si son hijos de marqueses o de obreros de la construcción. Si tienen estudios o son analfabetos. Es obvio que su equipaje emocional es manifiestamente mejorable. Y que sus esquemas intelectuales y existenciales producen comportamientos lamentables. Eso en el supuesto de que tengan algo en el cerebro, que de entrada es mucho suponer. Son rebeldes sin causa alguna. Con ellos, África comienza en los Pirineos. Vamos mal, y no nos estamos enterando.

Todos los efectos tienen su causa. Esto es lo que genera el relativismo. Fruto de la hipocresía y de la demagogia. No sé si en ese orden. Quien sí sabe mucho de esto es Zapatero. Pero a Zeta, lo dejamos para otro día. El relativismo está muy bien para la física, pero no para la ética. Todo el mundo habla de la pérdida de valores. De ella se quejan los de izquierdas y mucho más los de derechas. Y no digamos los de centro. Los católicos y los agnósticos. Los creyentes y los ateos. Pero de momento no hay reacción a la vista. La sociedad está idiotizada.

Cuando hablamos de valores me acuerdo de Antonio Machado: «Bueno es recordar las palabras viejas que han de volver a sonar». Pero los valores no acaban de sonar. No parece que estos jóvenes y, lo que es peor, sus padres, los consideren necesarios para el funcionamiento de la sociedad. En consecuencia, para ellos no son imprescindibles. No quieren consumir ese menú. Los conceptos se piensan, pero los valores hay que sentirlos. Y para ello hay que hacer funcionar el espíritu.

Así lo veo yo. Buenos días y buena semana.

jacobodemaria2@gmail.com


Este diario no asume como propias las opiniones difundidas a través de las colaboraciones y cartas al director que publica.


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