Palabras viejas
Hablando de pitones la semana pasada, el alcalde de Pozuelo cogió el toro por los cuernos. A tomar vientos los botellones. Gonzalo Aguado, que es un caballero, habló de energúmenos. Yo, como no lo soy, hablo de golfos, gamberros y descerebrados. Y de borregos. Desconozco las motivaciones de estos sujetos, y me niego a ponerme trascendente. Me importa un huevo de pato si son de aquí o de fuera. Si son hijos de marqueses o de obreros de la construcción. Si tienen estudios o son analfabetos. Es obvio que su equipaje emocional es manifiestamente mejorable. Y que sus esquemas intelectuales y existenciales producen comportamientos lamentables. Eso en el supuesto de que tengan algo en el cerebro, que de entrada es mucho suponer. Son rebeldes sin causa alguna. Con ellos, África comienza en los Pirineos. Vamos mal, y no nos estamos enterando.
Todos los efectos tienen su causa. Esto es lo que genera el relativismo. Fruto de la hipocresía y de la demagogia. No sé si en ese orden. Quien sí sabe mucho de esto es Zapatero. Pero a Zeta, lo dejamos para otro día. El relativismo está muy bien para la física, pero no para la ética. Todo el mundo habla de la pérdida de valores. De ella se quejan los de izquierdas y mucho más los de derechas. Y no digamos los de centro. Los católicos y los agnósticos. Los creyentes y los ateos. Pero de momento no hay reacción a la vista. La sociedad está idiotizada.
Cuando hablamos de valores me acuerdo de Antonio Machado: «Bueno es recordar las palabras viejas que han de volver a sonar». Pero los valores no acaban de sonar. No parece que estos jóvenes y, lo que es peor, sus padres, los consideren necesarios para el funcionamiento de la sociedad. En consecuencia, para ellos no son imprescindibles. No quieren consumir ese menú. Los conceptos se piensan, pero los valores hay que sentirlos. Y para ello hay que hacer funcionar el espíritu.
Así lo veo yo. Buenos días y buena semana.
jacobodemaria2@gmail.com
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