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El misionero

 
Andaba yo tomándome un café en el Hipercor con un funcionario del Ayuntamiento de Pozuelo, que es mi ‘Mark Felt’ en la institución, mientras comentábamos las causas que obligaron a Jacobo de María a dejar de colaborar en Diario de Pozuelo y, de paso, poniendo a bajar de un burro a algunos concejales y concejalas, cuando, sin saber por qué, terminamos debatiendo sobre política municipal. Mi buen amigo, Garganta Profunda de los tejemanejes del Ayuntamiento, es de los que piensan que, en España, a los concejales habría que votarlos por distritos y en listas abiertas. Según él, esa sería la forma ideal de que dejasen de pelearse entre ellos y peleasen por sus vecinos. De tal manera que si un concejal no se preocupa por los problemas de su distrito que se atenga a las consecuencias en las siguientes elecciones. Pero, claro, como en España lo que se vota es una lista cerrada en la que van arribistas, advenedizos, intrusos, enchufados y, en general, todos aquellos que tienen influencia en el aparato del partido la cosa termina siempre de mala manera. Como empieza a pasar en Pozuelo.

Lógicamente, en mi ignorancia del tema, le pregunté si en Pozuelo había distritos. A lo que me contestó, como buen funcionario y de carrerilla, que en Pozuelo hay dos: el Distrito I, que comprende el Área geográfica incluida dentro del espacio determinado por las vías M-40 y M-503 y el Distrito II, que comprende el Área geográfica exterior al espacio determinado por las vías M-40 y M-503, hasta los límites del término municipal. Al oírle me quedé de piedra. No me había enterado de nada. Llevo 35 años viviendo en Pozuelo y nunca pensé en una cosa tan complicada para definir algo tan sencillo. De todas maneras, le dije que, si hay dos distritos y 25 concejales, mal se podrían repartir y que, tal vez, sería mejor hablar de barriadas para aproximarnos a su teoría de cercanía. De todas maneras y para aclararme un poco, le pregunté quién era el concejal de la barriada de La Estación que es por donde yo vivo.

El concejal de La Estación, que pertenece al Distrito I, me contestó mi soplón, es Carlos Ulecia. Que, además, es Concejal de Juventud y Participación. Uff, qué lío, me dije para mí. ¿Y quién es Carlos Ulecia? Y ahí a mi amigo le volvió a salir su condición de espía y me contestó: un exilado. Un tipo extraordinario al que le han encargado del Distrito I para alejarlo del Ayuntamiento por la sencilla razón de que no es como los demás. De hecho, está desterrado en El Cubo Espacio Joven.

¿Un destierro en Pozuelo? Eso me interesa. Y entonces empezó a contarme la historia de este hombre al que defendió, vehementemente, porque, en el caso de que las listas fuesen abiertas y hubiese concejales de distrito o barriada reales, siempre saldría elegido ya que es un tipo serio y valioso. Y, por supuesto, en ese caso no iría en el número 19 como fue en las últimas elecciones locales, saliendo concejal de rebote. Tan de rebote que Sepúlveda, aquel alcalde que se llevó la gürtelada, ni se lo creía. De hecho, tuvo que inventarse una concejalía de remiendos para darle trabajo. Concejalía en la que, por cierto, se está desenvolviendo maravillosamente ya que está haciendo un gran esfuerzo por realizar y organizar acciones relacionadas con los jóvenes y con la participación ciudadana. Me dijo, además, que Ulecia es un tío preparado. Universitario, cosa que no se puede decir de otros compañeros suyos. Ingeniero agrónomo para más señas. Que es de familia de Pozuelo de toda la vida. Incluso, que su padre fue concejal de este pueblo, lo que significa que, como poco, ha mamado la política municipal del pueblo. Y que este concejal de Juventud, Participación y del Distrito de la Estación es una gran persona para los tiempos que corren en el Ayuntamiento, ya que sólo se dedica a trabajar y no a reñir con los otros concejales. Que es una persona conciliadora, que no habla mal de nadie a sus espaldas y que va por la vida con una sonrisa. Lógicamente, interrumpí a mi amigo en la hagiografía que me estaba haciendo sobre Ulecia y le dije que me estaba definiendo a una persona ideal para ir a las misiones pero no para pelear por su parte alícuota en el reparto de poder pozuelero y que, con ese dibujo, no me extrañaría nada que volviese a ir en el puesto 19 en las próximas elecciones. Mi amigo, al oírme, se puso muy serio sin razón aparente. Apuró el café. Se levantó de la mesa y me dijo: ¿es que a ti no te gustan los misioneros? Sí, le dije, pero para trabajar en las misiones.

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