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La escuela sin crucifijo

 
El crucifijo va a ser arrancado de las escuelas públicas de Europa por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos en neta complacencia con el poder mundial dominante. Poco importa su contribución a la identidad cultural europea y occidental a los fervorosos jueces del Grande Oriente que consideran a los derechos humanos relativos cuando garantizan la auténtica dignidad personal y absolutos en todo lo que favorecen los intereses de ese poder oculto en cuyo provecho se dan todas las lecciones de democracia.


No sabemos si van a hacer lo mismo con los devotos cuadros de los principales museos europeos ni qué destino tienen previsto para a los edificios religiosos de antiguas ciudades ni para la literatura de autores como Racine, Calderón o Manzoni. Pero sí sabemos que del espécimen de representante sindical liberado con pluma gay que algunos días lectivos pasea por el colegio público con el periódico público del país  y una camiseta mugrienta del Che Guevara no dirá nada el “Tribunal”; más bien le garantiza unos derechos que impidan que sea importunado de modo que nadie en la vieja Europa se atreva a cuestionarlos sin afrontar severas consecuencias.
 
Desprovisto de emblemas religiosos molestos para el poder que tolera a los jueces lo que deban decidir para agradarle, el sindicalista no será expulsado de ninguna escuela publica por el “Tribunal”. Nunca interpretará la pluma “nativa” del gay, por más que la ostente, como un símbolo artificial de su “opción” democrática pluralista en materia sexual; tampoco la imagen del Che en la sudada camiseta del agente sindical subversivo será vista como icono terrorista, es un signo libertador que distingue al liberado y su opción socialista para transformar la sociedad. Menos aún a los panfletos privados infiltrados en lo público que promocionan los libros que deberán leer los niños pobres para tomar conciencia social, de clase o de género. No considerará el beneficio económico ni publicidad comercial que aportan al grupo editorial sino que los protegerá como material didáctico y medios para encauzar el progresismo del paisano sindicalista y ocultar su tosquedad.
 
Si el padre de algún niño ve en ello símbolos ideológicos le dirán que no quiere la educación democrática que se aguante o que se pague otra por su cuenta. No le van a hacer descuentos en los impuestos por tomarse la libertad de elegir y no permitirán que el colegio privado al que vaya esté legalmente exento de un control similar al público para que la libertad del padre no sea obstáculo a las políticas sociales que representa el sindicalista sin insignias.


* Juan Antonio Martínez Muñoz es profesor titular de Filosofía del Derecho de la Universidad Complutense de Madrid.

Este diario no asume como propias las opiniones difundidas a través de las colaboraciones y cartas al director que publica.

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