La sanidad de Obama
Se acaba de aprobar la reforma sanitaria de Obama y, antes de entrar en vigor, ya se celebra como una gran conquista histórica, sin haber empezado a funcionar y sin esperar a ver sus resultados, que son a largo plazo como toda alucinación socialista; basta saber que es revolucionaria porque con ella se sustituye el orden sanitario existente, al que se acusa de muchos males y cuyos logros y excelencia se desprecian. El cambio suscita temores en determinados sectores sociales que, desde la perspectiva democrática, son despreciables y casi no merecen vivir por haber privado de la grandeza del recién nacido sistema a tanta gente durante tanto tiempo.
No tienen el valor los demócratas, por sí mismos, de establecer, para sus votantes y amigos, una red de hospitales más competitivos o baratos que los existentes a los que denigran, ni siquiera un sólo ejemplo para que podamos ver materializada su propuesta y elegirla por sus ventajas, según era el método del país de la libertad, pero sí se consideran capaces de gestionar la Sanidad de todos eliminando a la fuerza cualquier diferencia que permita comparar, siguiendo la impuesta opacidad de los sistemas públicos de los países socialistas donde es imposible que nadie se queje del sistema por ignorar cualquier alternativa.
Es posible que impida a las compañías sanitarias privadas de Norteamérica que hagan negocio con la salud reduciendo al máximo sus beneficios, pero es también posible que al privarles de esos beneficios ya no puedan investigar ni seguir desarrollando el impresionante despliegue innovador que han logrado en la ciencia y tecnología de la salud. No les importa porque el déficit de investigación e innovación podrá ser compensado con la aportación de países rabiosamente socialistas que, con sus iluminados líderes solidarios, pondrán a su servicio todas las patentes sanitarias y toda su investigación médica para que no se anquilose la sanidad norteamericana y mundial; y no creo que ZP niegue su ciencia médica socialista a cualquiera que la necesite.
Pero también es posible que sea un punto de no retorno hacia el socialismo mundial porque, si en el pueblo que ha respaldado uno de los mayores grados de libertad de la historia se instala un estado burocrático populista como el que soportamos en Sudamérica y buena parte de Europa, pocos espacios van a quedar para que sigamos siendo personas y la posibilidad de ser demócratas genéricos es lo que produce algo de miedo.
* Juan Antonio Martínez Muñoz es profesor titular de Filosofía del Derecho de la Universidad Complutense de Madrid.
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