Síndrome del mundo mezquino en Pozuelo
Semanas atrás quedan ya los primeros días de alboroto en el IES Camilo Jósé Cela. Es una tarde tranquila, soleada. Halil, un chico marroquí de 16 años, acaba de volver de clase y atiende el negocio familiar, una carnicería islámica situada en los alrededores de la mezquita de Pozuelo. Conoce a Najwa, es amiga suya, y aún así no cree que la normativa del colegio sea racista. «Son normas que hay que cumplir», así de simple lo ve. Todo lo aparecido en los medios en torno al polémico 'hiyab' de Najwa, contrasta con lo que él vive cada día, aunque sí reconoce que se producen conflictos aislados.
Halil atiende a una clienta que acaba de entrar y, al terminar, sigue explicando: «Al día siguiente de poner las pegatinas en la fachada, repartieron tacos de folios diciendo: 'Imagina que un musulmán esté con tu hija, que la maltrate', junto con fotos muy fuertes». Esos son los incidentes aislados, pero que en este caso, cree que han sido exagerados por los medios de comunicación.
En frente de la tienda que regenta Halil, un grupo de jóvenes marroquíes charlan tranquilamente. Al preguntarles sobre su vida en el municipio, todos confirman que están muy a gusto, que nunca han tenido ningún problema por ser musulmanes. «El único problema que tenemos es el trabajo» explica uno de ellos. Igual que para buena parte de los españoles.
Younis, secretario de la mezquita de Pozuelo, llega tras su trabajo en un taller de BMW. Habla de la mezquita a la que pertenece, abierta desde hace 14 años, modesta, y que consigue reunir en torno a 100-120 personas los días más concurridos. «¿Qué problemas vamos a tener aquí? La gente viene a rezar y ya», explica. No hay ningún tipo de presión, quien quiere ponerse el velo se lo pone, quien quiere ir a rezar, va. Es una elección personal.
Y si no que se lo digan a Mohamed, que lleva 20 años en Pozuelo y que confiesa no ir mucho a la mezquita por falta de tiempo. En estos años le ha dado tiempo a montar 4 tiendas en el municipio y a ver un cambio en la mentalidad de la gente. «Antes si, antes la gente miraba la tienda y decía: 'Este lo mismo trafica o alguna cosa', pero luego cuando te conocen ya es otra cosa». Ahora, sin embargo, confiesa tener una amistad muy buena con todos los vecinos. Una pareja mayor entra en la frutería. Saludan a Mohamed y éste les devuelve el saludo con alegría. Con el entusiasmo de quien está a gusto con su vida, con su trabajo y con la gente que le rodea.
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