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Gonzalo Aguado

Gonzalo Aguado

Gonzalo Aguado ha sido alcalde de Pozuelo de Alarcón porque le tocó en una tómbola. Y eso es una desgracia como otra cualquiera. Suele pasar. La tostada siempre cae del lado de la mantequilla. Y esa papeleta afortunada le marcó. Tanto que se ha pasado toda su gestión como pidiendo perdón por ser alcalde sin merecerlo, hecho que le honra pero que no le ha beneficiado en absoluto. Ni a él ni a Pozuelo. Un alcalde tiene que tener, al menos, un toque de liderazgo y Aguado no lo ha tenido. Es más, ni siquiera ha sido él. La sombra del Olvidable le tapaba permanentemente y él no se atrevía nunca a salir al sol. O tal vez le aconsejaron que no saliese nunca al sol. Se lo recomendaría esa extraña e interesada guardia pretoriana de concejales astutos de la que se rodeó para protegerse y a los que, verdaderamente, protegía era a ellos. No lo sé. Es igual. Lo cierto es que ha pasado por la alcaldía con más pena que gloria cuando tuvo una oportunidad histórica para haberse perpetuado en ella. Le hubiera bastado con salir a la calle y gritar que él no era el Olvidable. Incluso, le hubiera bastado con mover ficha entre los concejales y colocar a cada uno en el sitio que le correspondía. Pero no pasó de primero de alcalde. No tuvo nunca un proyecto político claro y se pasó todo su tiempo suspendiendo sus exámenes de alcalde.

Yo he escrito varios artículos sobre él. Y siempre le acusé de lo mismo: de tener un perfil tan bajo que dejaba, permanentemente, entrever un miedo absurdo a justificar su responsabilidad. Parecía que siempre estaba diciendo "yo no quería ser el alcalde". Curiosamente, cuando lo quiso ser y quiso comportarse como tal no supo. En esos tiempos de confusión y ansiedad, incluso, dudó de su concepto de libertad de expresión, aconsejado por alguno de su guardia pretoriana y estuvo a punto de acallar a algún medio de comunicación para beneficio del pretoriano. Afortunadamente, se impuso la cordura y permaneció su respeto a la libertad. (Aunque aún no puede leerse Diario de Pozuelo en los ordenadores del Ayuntamiento). De todas maneras, ya no había tiempo ni lugar para ser alcalde y su nominación para salir del Consistorio era un secreto a voces.

También es verdad que su imputación sobre unas supuestas tropelías en el Parque de las Cárcavas le dejó tocado. Que la pijo-borroca de aquellas fiestas de Pozuelo le afectó mucho aunque él no tuviese nada que ver. Que el señor que se subió a la grúa de la Plaza del Padre Vallet pidiendo algo que él no podía solucionar le produjo casi una depresión. Y que la imputación de Yolanda Estrada, su ojito derecho, en el Gürtel (aunque después haya sido exonerada), le produjo una gran decepción. Sobre todo cuando Yolandita, en su soberbia, llegó a votar en contra del propio PP. (Por cierto que aún no salgo de mi asombro al saber de las cualidades ocultas que poseía la señora Estrada. Hay que valer mucho para ser nombrada Directora General de A-cero, el estudio de arquitectura y urbanismo de Joaquín Torres, famoso por haber diseñado casas de lujo en la urbanización La Finca. No creo que en la empresa privada toquen los altos cargos en una tómbola. ¿O sí?).

En cualquier caso, Gonzalo Aguado es digno de ser tomado en consideración y hay que mostrarle un gran respeto porque su actitud en estos meses finales de su mandato es ejemplar. Lejos de comportarse como otros alcaldes de la zona noroeste que llevan un mes llorando, maldiciendo su suerte y acordándose de la familia de Esperanza Aguirre por haberlos jubilados, Aguado se va sin una sola mala cara, sin enfado e, incluso, poniendo alfombra roja a la nueva candidata a la alcaldía de Pozuelo. Me imagino que el partido le recompensará.

Por lo demás, le deseo la mejor de las suertes. Entre otras cosas, porque estoy seguro que dejar de ser alcalde de Pozuelo de Alarcón le será un alivio.

Capitán Possuelo


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