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Reflexiones sobre la situación de las residencias de mayores

Reflexiones sobre la situación de las residencias de mayores

He desarrollado durante bastantes años mi vida profesional como trabajadora social en el campo de la tercera edad, lo que me permite compartir una serie de reflexiones ante la crisis del covid-19 que afecta a las personas mayores que viven en residencias.

Durante esta crisis, he estado intentando ayudar a las residencias de Pozuelo de Alarcón en lo que he podido, contando con el apoyo de mi familia.


Ya conocen ustedes las tristes y dramáticas historias que hemos ido conociendo por la prensa en estas últimas semanas provocadas por el covid-19, siendo la población más vulnerable las personas mayores, sobre todo aquellos que se encuentran viviendo en residencias con contagios masivos de residentes y cuidadores, centros intervenidos en situaciones críticas por la UME, falta de personal especializado de atención directa, carencia de material de protección y así un largo etcétera de deficiencias ante esta crisis.

Además de lo anterior, las negligencias en la prevención, la falta de personal o la no previsión de cubrir las bajas de trabajadores que enfermaban por COVID-19 aumentó aún más el gravísimo problema en estos centros.

Podríamos hablar de datos y cifras oficiales, pero las cifras hay que tomarlas con precaución. La verdad es que el número de fallecidos por coronavirus en las residencias ha sido muy elevado y, sobre todo, tenemos que pensar que detrás de esas cifras lo que hay son personas. Son nuestros padres, abuelos, tíos… Una generación que nació en medio de una Guerra Civil, nos dieron la vida, vivieron una postguerra, hambrunas, calamidades, varias crisis, y con su trabajo y esfuerzo levantaron la España que tenemos.

Ahora empezaban a disfrutar y han visto cómo todo se truncaba y se convertían en el blanco de un virus invisible y mortal. Lamentablemente toda esta dramática situación debe hacernos reflexionar, no podemos quedarnos impasibles, hay que reaccionar, hay que actuar.

Tenemos que hacer por las personas mayores lo que estoy segura que ellos hubieran hecho por nosotros, como ya nos lo han demostrado en otras ocasiones. El enfoque que se ha hecho a lo largo de los últimos años sobre estos centros, donde se ha pensado que una persona es antes “mayor que persona”. Un mayor cuando llega a una residencia, de forma voluntaria o no, busca un sitio donde poder afrontar con serenidad los últimos momentos felices y difíciles de la vida. Esto es lo que me han trasmitido durante algo más de 12 años de trabajo con ellos.

He trabajado en una macro residencia (532 plazas) donde la gestión del mismo era socio-sanitaria, con una plantilla de personal de trato directo y cualificado (geriatras, ATS, auxiliares de clínica, psicólogos, fisioterapeutas, personal de limpieza, trabajadores sociales, personal de mantenimiento…) y donde el trabajo de todos se centra en el cuidado y atención del ciclo vital de la persona, recordándoles que aún tienen un propósito de vida, que son útiles para la sociedad y son el centro de nuestro trabajo.

Por toda esta experiencia me niego a ver la imagen de una residencia de mayores como el lugar donde se acumulan, desde hace décadas, a abuelos sedentarios sin muchas más expectativas que la visita dominical de algún familiar. Como profesional del trabajo social sé que se están produciendo cambios en el perfil de los usuarios que vienen a estos centros. Son personas con más formación, más exigentes en cuanto a su autonomía y con mayor capacidad de decisión sobre la forma en que desean vivir, que es diferente a las generaciones anteriores.

Esto está originando, entre otras cosas, que busquen alternativas de alojamiento diferentes a lo que se ha ido ofreciendo, como son las residencias. Si queremos de verdad dar soluciones que permitan a las personas vivir con dignidad y bienestar, donde ellos desean (como en su propia casa) y que resulte más eficaz y eficiente que la atención residencial un tanto deshumanizada, es obligatorio cambiar nuestras políticas y enfocarlas hacia una atención integrada y centrada en las personas y en la propia comunidad.

Esta deshumanización ha podido consistir en el problema que hemos vivido durante estas últimas semanas. La administración, las instituciones y las empresas privadas han creado un modelo de asistencia para estas personas sin tener en cuenta sus deseos y consideraciones respecto a sus propias vidas. Al olvido social de las personas ingresadas en estas residencias, se une el escaso valor que se le da al trabajo de los cuidadores, y que redunda en las precarias condiciones laborales de sus profesionales.

Hay que ser claros, la vida en las residencias, según el modelo que tenemos actualmente implantado, es triste ya de por si. Las actividades dentro de ellas para salir de este bucle son prácticamente inexistentes o son mínimas y obsoletas. Mi reflexión es que este modelo de alojamiento debe ser revisado completamente. Si las personas mayores desean estar mayoritariamente en su casa, es a este marco al que hay que remitirse y al que se están enfocando en muchos países.

El objetivo sería generar espacios donde vivan grupos reducidos de personas con un planteamiento del entorno más familiar, apoyado por profesionales que acompañen y supervisen sus necesidades, tanto médicas como sociales. Avanzar hacia este modelo y modificar el concepto de las actuales residencias, debe implicar un cambio cultural en profundidad que devuelva la condición de ciudadanía a las personas mayores, sin discriminación por edad, tal y como está sucediendo hoy en día. El debate por parte de la sociedad debe abrirse. Todos seremos mayores en algún momento.

Pepa Pérez
Trabajadora social.

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