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La frontera

 

La ley de educación de Cataluña, ignorando la sentencia del Tribunal Supremo, impone el catalán obligatorio en la educación y la completa exclusión del español. En vez de ver una forma emergente de tiranía podemos aprovechar la ocasión para hacer una breve reflexión sobre la democracia.

Es una característica del régimen democrático que el gobierno establezca en qué lengua tienen que estudiar los ciudadanos para que éstos no tengan que esforzarse en decidirlo por su cuenta. La ventaja es que lo que decide el poder democrático se puede imponer como una demanda social por la que no se paga en dinero sino en votos. Los votos no están sometidos a leyes monetarias necesarias del dinero y son, por eso, más libres aunque sirvan para que no haya libertad de elegir lengua ni educación y para que no se pueda hacer lo que uno quiera con su dinero más que en la medida en que lo permite el sistema tributario que maneja el poder, obligando a los que votan libremente a que paguen a la fuerza. Con ese dinero no necesita comprar los votos porque controla muchas actividades y los votos no son traducibles a dinero.
 
No importa que así se establezca una nueva frontera en la Europa sin fronteras porque con ella se garantiza un poder democrático que no es un monopolio sobre un público cautivo; el pueblo elige representantes para que decidan por él, entre otras muchas cosas, en qué lengua estudiar y cuánto tiene que pagar; lo que se paga no se utiliza en propaganda para redirigir la agresividad derivada de las frustraciones de los votantes del poder democrático que los gobierna a un enemigo imaginario también inventado por el mismo poder porque al ser elegido democráticamente es un poder responsable.
 
En su habitual aprecio de la cultura española ZP y su ministro de educación consideran que esa medida es expresión de paz ciudadana; paz que no debería admitir sospechas de construcción de un estado totalitario por el poder cuya evolución de intereses sólo se puede aprobar popularmente. Pocos países resisten un gobierno refractario de su cultura nacional y por eso debemos felicitarnos del caso español en el que un país, frecuentemente acusado de intolerante, tolere con tanta serenidad el desprecio hacia su lengua, su cultura y su historia.



* Juan Antonio Martínez Muñoz es profesor titular de Filosofía del Derecho de la Universidad Complutense de Madrid.

Este diario no asume como propias las opiniones difundidas a través de las colaboraciones y cartas al director que publica.

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