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Barceló

Barceló
La vida es extraña. El otro día me bajé en la Estación de Atocha para ir al CaixaForum. En la esquina del Paseo del Prado hay un quiosco de periódicos que sigue un poco la estela de la Cuesta Moyano, repleto de coleccionables. Encontré "Lo importante es amar", esa película de Zulawski que marcó mi educación sentimental de adolescente.

Entré con cierto escepticismo en la exposición de Miquel Barceló. La de Juana de Aizpuru me dejó huella, y quería volver a la pasión de aquellos tiempos. No esperaba nada más. Y sin embargo creo que descubrí a Barceló en toda su magia. Me olvidé de la teoría, de la pintura incluso y me arrastró. Qué placer, qué manera de disfrutar. Si Miró parecía que pintaba como un niño, Barceló lo hace como un adolescente. Y qué difícil es mantener esa tensión, esa capacidad de arrebato. Intensa, compleja, generosa. Y no es ajeno a nada: todo le interesa.

Vuelvo a casa todavía embebido y no sé si recupero o descubro a Romy Schneider: intento averiguar que me fascinó tanto de la película. Hoy la veo con otros ojos: presagia algo que todavía no atisbo. La dificultad del amor, la soledad, la destrucción, la imposibilidad de las relaciones. La cámara que se mueve al ritmo de los golpes de los mafiosos de la pornografía.


Una intensidad que desenmascara las reglas del juego. Ese al que todos parecen jugar como si tuviesen las manos limpias, mientras miran a otro lado. Y lo peor es que algunos se disculpan y hacen como que no ven. Como que prefieren mirar a otro lado. Y quizá lo que me estremece más hoy de "Lo importante es amar" es la trágica muerte de Romy Schneider en la vida real.

A veces, el arte, el cine, hablan de la vida. Con sangre o con pintura. Quizá porque siempre esperamos milagros de la primavera.

 

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