Louise Bourgeois
Pero allí estabamos. El deseo flotaba, algo en que reconocernos. Con nuestras mutilaciones, nuestro dolor, nuestra alegría. Reconocerse también en el misterio, intuitiva, enigmáticamente. No había nada que comprender porque lo comprendiamos perfectamente. Y se produjo una conexión sorprendente para mí: el espíritu de una antigua tienda de paños, llena de madera. Sus celdas eran como la vuelta a un mundo cálido, extrañamente destartaldo en sus caminos del afecto y la memoria. Un mundo de pacientes mujeres hasta que se les acaba la paciencia y enarbolan las agujas como un arma, aunque sea contra ellas mismas.
Creo que la primera foto que vi de Louise Bourgeois, sin saber quien era, fue la de Mapplethorpe en la que lleva una escultura de un gran falo bajo el brazo como si se tratase de una barra de pan, con una mirada pícara y complice. Detrás de ese gesto había muchas lecturas y muchas batallas, que la han hecho una creadora imprescindible. El éxito le llegó a los setenta, por eso siempre criticó el actual mercantilismo del mundo del arte y la ávidez de los artistas por ser ricos y famosos. Haz tu obra, no te preocupes de lo demás. Un discurso que mantuvo firme, y hoy con su muerte se convierte en un icono aún mas a contracorriente. Recibía a jóvenes artistas en su estudio -de una austeridad ejemplar-, les escuchaba. Alguna vez soñe con Almudena Mora en acercarnos a Nueva York a conocerla, pero hoy ya todo pertenece al mundo de los sueños, esos que gracias a artistas como ella permanenecen vivos para conmocionarnos.
Jesús Gironés
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