La Matute
¿Qué puedo decir si yo entré en el bosque de la literatura con la Matute? Leer "La torre vigía" o "Los niños tontos" fueron aventuras iniciáticas e inconmensurables, una forma de descubrir y reconocerse. Aspirante al Nobel durante años, igual que al Cervantes por fin conseguido. Otorgado por un jurado cuyos nombres deberían enmarcarse.
No conseguí tomarme un gin-tonic con la Matute, aunque brindamos con rioja en nuestra cena con el añorado Mario Merlino, Carmen Serrano y Alicia Orden, después de la presentación de "Paraíso inhabitado" en la biblioteca de Las Rozas. Conocer a un mito siempre da miedo, algo así como hacer el amor por primera vez, pero allí estaba ella, sin más oropeles que su encanto y su imaginación. Salimos huyendo de su hotel para buscar un restaurante donde se pudiese cenar de verdad, nada de una ensalada y un sandwich. La noche anterior había ido a tomar unos callos detrás de Atocha.
La Matute es nuestro paraíso mítico, al lado de los grandes como Valle-Inclán o Cernuda. Y tenemos la suerte de que sigue escribiendo. Su biografía, apasionante, que nunca escribirá, del amor al horror, con la guerra incivil y la posguerra por medio y ese dragón terrible, ese pozo sin fondo llamado depresión...
Me cuesta imaginarme el mundo sin la obra de Ana María Matute. Ella es de las que hace que sobrevivir, disfrutar, sea más fácil. Entregarse a tan generosa tarea debe ser arduo. Y desde una estética que rezuma sentido ético por todas su palabras. Porque no hay que olvidar la profundidad ética de su literatura, su compromiso con lo humano.
Además tengo un secreto: el enorme privilegio de haber compartido los bosques de su infancia, allá por Cameros...
* Jesús Gironés, responsable de exposiciones de El Foro de Pozuelo
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