Doloroso y triste tiempo perdido
En esta recta final de campaña electoral es difícil encontrar a alguien que no tenga decidido su voto. Y aunque hay quien piensa que no, que aún quedan indecisos, esa percepción no es más que el lamento del perdedor. Han pasado demasiadas cosas, y casi todas malas, en los últimos cuatro años para que algún español no sepa todavía a quién va a votar y por qué. Es más, salvo sectarios y recalcitrantes militantes de izquierda, la inmensa mayoría votará por el cambio.
La crisis, ese concepto que lo asume todo, y cinco millones de parados son razones de suficiente peso para ello. Además, lo aventuran las encuestas. Lo aseguran los expertos. Y se huele en el aire. Lo que el presidente Zapatero ha hecho durante ocho años en España ha sido tan impresentable que la mayoría de los españoles han decidido castigarle duramente. A él y a su partido. Y el castigo que, al parecer, sufrirán los socialistas en las urnas por no haberle puesto remedio a tanto dislate puede llevarles a considerar, seriamente, la refundación del propio PSOE porque se ha quedado, incluso, sin sus ideas madre.
Y es que, en sus ganas de castigar, muchos españoles van más allá de lo que, aparentemente, expresan los mercados. Muchos de ellos no sólo culpan directamente a Zapatero y a su partido de esta crisis económica, financiera o de parados sino que les culpan de la crisis de valores que han generado durante su gestión política. Porque,
para este personaje, que pasará a la historia como el peor dirigente español desde Manuel Godoy, todo valía. Incluso, para mayor gloria de su abuelo, la división de los españoles. Como cuando las “dos Españas” del primer tercio del Siglo XX. Y no todo puede valer aunque el presidente se considerase un iluminado.
Y, lo que es peor, mientras practicaba el sectarismo hasta la ridiculez entre sus acólitos y mostraba adoración a un Becerro de Oro en forma de burbuja del ladrillo, iba perdiendo referencias éticas y morales.
Hemos perdido tal cantidad de valores en esta década de mentiras y traiciones que, incluso, se ha deteriorado nuestra calidad democrática. De hecho, hay quien asegura que si, en otros lugares de Europa la crisis está haciendo saltar a los malos gobiernos de una manera simple, y se pone como ejemplos a Papandreu y Berlusconi, no entiende por qué, aquí, no se ha hecho igual. Es más, hay quien asegura que esta campaña electoral sobra. Que da la sensación de ser una pérdida de tiempo y de dinero porque no está respondiendo a ninguna inquietud política ni está saciando ningún apetito ideológico. Que el Gobierno tendría que haber caído ya. Es tal la ansiedad generada por la necesidad de cambio que casi se cuestionan la legalidad de la campaña electoral o se apuesta, por salir de la crisis, por poner el Gobierno en manos de los tecnócratas. Como dicen que se va a hacer en Europa.
Pero esas dos soluciones son malas. Por un lado, porque con ello se está deteriorando tanto la democracia que se está validando el golpe de estado blando.
El cambio de Gobierno sin pasar por las urnas siempre termina pasando factura. Y, por otro, porque, ponernos en manos de tecnócratas sin alma que todo lo cuantifiquen en cifras sin darse cuenta que tras cada número hay una perdona física y un ciudadano libre, sería un desatino aún mayor.
Lo que España necesita es sentido común. No se necesitan tecnócratas sino políticos que tengan sentido común. Ni más listos ni más ocurrentes, sólo que tengan ese sentido tan escaso en nuestra política. Ese que hace ocho años que no tenemos porque los hemos pasado en manos de personajes indocumentados y adanistas como Zapatero. ZP no estuvo nunca a la altura de lo que se esperaba de él. Ni supo ni quiso atajar la crisis cuando debió hacerlo y su inconsciencia le llevó a improvisar, a mentir, a engatusar y a favorecer sectores minoritarios en una visión minimalista, casposa y fuera de su tiempo.
Ahora, en estos momentos de turbación y de cambio, estamos asistiendo a una transformación de la sociedad española de un calado que ni siquiera alcanzamos a intuir. Tan profunda como la “transición”. Y eso es, precisamente, lo que ha hecho que la mayoría de los españoles piensen utilizar su voto en la búsqueda del sentido común. Como el que muestra Mariano Rajoy, por ejemplo.
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