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Fulgor y muerte política de Francisco Granados

Fulgor y muerte política de Francisco Granados

La confianza es como el embarazo, se tiene o no se tiene. Se está embarazada o no se está. No hay medias tintas. No hay mujeres un poquito embarazadas ni se tiene un poquito de confianza en una persona. O se confía o no se confía. Y, según la versión oficial en boca de la propia presidenta Esperanza Aguirre, el cese de Francisco Granados, como Secretario General de PP de Madrid, fue una cuestión de confianza. Y eso es algo definitivo.

Dicho esto y aunque el problema ya se ha disuelto como un azucarillo en el café y apenas tiene interés para muchas personas, creo que es el momento, en frío, de contar la caída en desgracia de Granados. Su pérdida de confianza.

El fulgor y la muerte (política) de Francisco Granados era una crónica anunciada desde que, allá por el mes de junio, salió del Gobierno de la Comunidad de Madrid.
¿Qué pasó o qué pudo pasar para que Granados cayera en desgracia entre la campaña de las elecciones locales y la campaña de las Elecciones Generales y perdiera la confianza de Esperanza Aguirre?

Dicen las malas lenguas que todo venía de mucho más atrás y que se debió a que el consejero del Gobierno de la Comunidad y secretario general del PP, viendo perdida una guerra interna -natural en cualquier partido político en el que las ambiciones de sus miembros forman parte de su propia idiosincrasia-, intentó llegar a lo más alto por el camino más corto. Pero, cómo Ícaro, perdió las alas al acercarse demasiado al sol.

Francisco Granados lo tenía todo en el PP de Madrid pero quería más. Su fulgor llegó a ser enorme. Su resplandor y brillantez, formidable. Hasta dicen que era un consentido de la presidenta del partido y de la comunidad. Pero quería más. Incluso, quería convertirse en el delfín. Pero le faltó talento para serlo. No se dio cuenta que eso no es fácil de conseguir en los partidos políticos porque los peores adversarios de sus miembros son sus propios compañeros de partidos. Y entonces su propia ambición le confundió. Y si no podía ser en el PP de Madrid, que fuese en el PP nacional.

Pero cuanto más subía y más se acerba al sol, más peligro corría de que se derritiese la cera que sostenían sus alas. Granados pensaba que con su fulgor bastaba.
De hecho, ese fulgor en el que vivía levantó sospechas. Y la izquierda le buscó las vueltas. Su natural predisposición a destacar le impidió medir a veces su fuerza y la acorazada mediática de Zapatero fue a por él y lo relacionó con el caso llamado De los espías de la Puerta del Sol al mismo tiempo que mostraba dudas sobre su patrimonio. Iban a por Esperanza Aguirre pero, como eso les era imposible, dispararon al que más brillaba a su alrededor. Suele pasar. Siempre se ataca al que consideran más débil. Y el resplandor hace débiles a los hombres.

Pero ninguno de esos casos sirvió para que Granados perdiese la confianza de la presidenta Aguirre. No pasó nada. Y eso, curiosamente, le hizo, a su entender, crecer más.

El problema es que, en política, se apunta todo. Todo. Por eso, cuando durante la campaña electoral de las elecciones autonómicas y municipales, Granados volvió a sacar las orejas y, además, en sentido contrario, ya no sorprendió a nadie y la confianza que se le tenía se le fue directamente por el desagüe. Porque Paco, atisbando el sonido de los claros clarines del cortejo de Rajoy hacia La Moncloa, se fue en búsqueda de un lugar importante a su lado, sin darse cuenta que con eso estaba cruzando la última raya roja.

De entrada, ese gesto le hizo perder la consejería en el Gobierno de la Comunidad. Había colmado la paciencia de Esperanza Aguirre y le sacaba de su círculo cercano. Pero no lo mataba políticamente. Es más, Aguirre le ofreció la Presidencia de la Asamblea de Madrid que Granados, en su ataque de soberbia, despreció. Ese era un puesto de fulgor pero no de poder y él consideraba que ya tenía suficiente fulgor. Ahora ambicionaba poder.

Y en la campaña de las Generales se volvió a acercar, temerariamente, a Mariano. No había aprendido nada. Incluso, alguno de los que se dicen influyentes en Génova le dio cobijo. Pero estaba volando contra el viento y, con su comportamiento, jugando demasiado fuerte.

Como suele pasar también, celebradas las elecciones generales para que su cese no perturbase la campaña, fue fulminado.

Días después, Granados dijo que le habían hecho un favor porque ya no se encontraba cómodo en el PP de Madrid, puesto que ya no era el partido al que se afilió.

Triste despedida. Aunque normal. Porque no deja de ser más que el lamento de un perdedor. Apagado.


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