Farreras
Silencio y misterio. La obra de Francisco Farreras (Barcelona, 1927) es un raro ejemplo de rigor y compromiso a lo largo de los años. Todavía –solo hasta el 5 de junio- pueden verse dos exposiciones suyas en Madrid. La primera en la galería Odalys (que ocupa el espacio de la desaparecida Soledad Lorenzo) y en ArtePaso. Gran formato, pequeño formato. Farreras se desenvuelve con igual maestría en lo grande y en lo pequeño.
Es un trabajo místico, ascético. La madera se transfigura en su quehacer. Pocas obras me han impresionado tanto como la suya. Al ver la de Odalys tuve una experiencia parecida a la que he sentido delante de algunas obras de Louise Bourgeois. Esa capacidad de evocar memoria, esencia humana. Esa belleza que surge de materiales condenados al olvido y a través de la idea del artista se convierten en éxtasis poético.
Farreras, que tiene obra en el MOMA neoyorquino o en la Tate, es vecino de Pozuelo desde hace muchos años. Hace pocos, nos encontramos en el taller de enmarcación de Agustín Valle. Me dijo que se jubilaba. Pero no. Renace en un panorama artístico que no le gusta. Y nunca se ha callado. Alguna anécdota sabrosa me contó de Juana Mordó, de las que se pueden contar. Porque los místicos no suelen callarse. Baste recordar a Santa Teresa tras abandonar Medina del Campo, sacudiéndose el hábito y diciendo eso de que, de Medina, ni el polvo.
Podría escribir mucho sobre la obra de Francisco Farreras, buscar un lenguaje paralelo para acercarme a su enigma y esplendor, sobre lo oscuro que lleva al destello de la iluminación. Pero mi mejor consejo es que se acerquen a ver su obra. Más de medio siglo de fulgurante trabajo. Disfruten de los últimos años de su trabajo. Porque frente a las crisis, siempre hay espacios para el placer, para crecer, para la belleza.
Las exposiciones de Farreras pueden verse en Odalys (Orfila, 5) y ArtePaso (Bárbara de Braganza, 10) hasta el 5 de junio.
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