La alcadesa Quislant, en la encrucijada
Felicidades, alcaldesa Quislant. Hoy se cumplen exactamente dos años de su toma de posesión. Justo el ecuador de su mandato. Y es buen momento para mirar atrás, corregir los desatinos, y tomar nuevo impulso para afrontar lo que queda: exactamente, otros dos años, si no ocurre nada extraño.
Dos años que no han sido nada fáciles para una alcaldesa a la que no habían elegido los vecinos. Y Pérez Quislant lo sabe, lo lleva tatuado, y eso ha condicionado toda su actuación hasta ahora. Pero es un lastre que está obligada a arrastrar, porque los vecinos votaron a una persona y a un proyecto. La persona se fue en cuanto le ofrecieron la presidencia de la Asamblea de Madrid. ¿Y el proyecto? El programa electoral aquí está, escrito, pero falta mucho, muchísimo, para llevarlo a cabo. Yo diría que no va a ser posible cumplir lo pactado. Y eso pasará factura al PP de Pozuelo en las próximas elecciones municipales.
Los dos primeros años de mandato son para poner en marcha el programa electoral y para cumplir en gran medida esas promesas. Ni lo uno ni lo otro. Una alcaldesa que se encuentra en continua promoción externa, que desprecia a los medios de comunicación locales por insignificantes, por mucho premio Antena de Plata que reciba, que se encuentra insegura dentro y fuera de la Casa Consistorial. Una alcaldesa débil, cuestionada dentro de la agrupación local de su partido, y también en la calle Génova, donde se resisten a convocar la asamblea local para elegir presidente del partido en Pozuelo.
Dos años por delante, Susana, para cumplir el programa electoral con el que concurrió como número dos en las pasadas elecciones. Dos años por delante para dejar el rodillo y tener un tono dialogante con los partidos de la oposición. Dos años para dar la importancia que se merecen a los medios de comunicación local. Un bienio para olvidarse de viejas vendettas y buscar la reconciliación con sus afines por encima de la venganza. Dos años para dulcificar un carácter que no le favorece en absoluto para el mando. Dos años, en definitiva, para cambiar actitudes demasiado arraigadas y que ya no se pueden disimular. Difícil tarea, porque las personas mejoran, pero no cambian, señora Quislant. El tiempo, el partido, y los electores, lo dirán.
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