Arriba y abajo
Si se sintió injustamente tratada, su derecho era defenderse. Y cada uno elige el modo de defensa que considera más oportuno. Yo, en su lugar, me habría dedicado a disertar sobre cómo fumarse un puro en cuatro tiempos. Un arte como otro cualquiera. Pero ella hizo lo que hizo. Con los resultados por todos conocidos. La parroquia ha disfrutado con el espectáculo y quería más sangre. Pero yo no suelo moverme por esa clase de bajos instintos. Ni me impresionan los griteríos del estadio. Más bien intento cruzar el camino que nos lleva hasta las razones de los demás. No siempre con éxito. En estos acudideros digitales a veces ocurre lo contrario. Por eso tienen tanto peligro. Aquí recalan gentes de todo tipo. Muchos, con ajustes de cuentas pendientes y ganas de desquites fáciles. Ansias de proporcionar dentelladas secas y calientes, como escribió Miguel Hernández.
Nada dije del primer comentario de Yolanda Estrada, y poco diré del segundo. Salvo que me quito este sombrero que suelo llevar para que no se me dispersen las cuatro ideas que tengo en la cabeza. No es frecuente que un responsable político rectifique, y menos que pida disculpas públicas. Lo normal es echar siempre la culpa al contrario. O simplemente a quien tienes más a mano. Confiesa la concejal que se dejó llevar por los sentimientos y no por la razón. Supongo que se identifica con John Churton Collins: «La mitad de nuestras equivocaciones en la vida nacen de que cuando debemos pensar, sentimos, y cuando debemos sentir, pensamos». La clase política se desacredita día a día. Pero Estrada nos deja esta vez un infrecuente ejemplo de dignidad.
Agradezco sus palabras. Pero no eran necesarias. De nada tiene que pedirme perdón. Es más, para otra vez que quiera atacarme, que me pregunte antes. Le daré unas cuantas ideas. Las únicas de las que tengo excedentes. La esencial es que yo aún soy más insignificante que los personajes que desacredito. No soy el gran creador de opinión de occidente, ni escribo en The New York Times. Sólo garabateo cuatro cosas en Diario de Pozuelo, con dificultad, y la mitad de las veces con no demasiado sentido. No soy brillante y me falta coeficiente intelectual. Y a menudo, como ella me reprocha, toco de oído. Y, por tanto, desafino. No debería hacerlo. Pero en el ejercicio del periodismo, el peligro del silencio es mil veces mayor que el de la palabra. No pretendo atropellar la carrera política de nadie. Sólo aspiro a que los de abajo acaben sabiendo cómo funcionan las cosas arriba. Poco a poco, para que no salgan corriendo.
Es todo por hoy. Buenos días y buena semana, amigos. Y tengan cuidado ahí fuera.
jacobodemaria2@gmail.com
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