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Ser indignado es divertido

Ser indignado es divertido

Los llamados indignados, como las golondrinas de Gustavo Adolfo, siempre vuelven cuando llega el buen tiempo. Ellos son así. No les gusta el frío. A fin de cuentas, para ellos, salir a la calle es como ir a una romería. Algo divertido.

Y digo que debe ser divertido porque no encuentro otra razón que justifiquen sus convocatorias. Yo, al menos, no sé muy bien a qué salen. Es más, ni siquiera sé qué es ese movimiento ciudadano tan mimado por algunos medios de comunicación.


Sé que se comunican por redes sociales, que salen a la calle, que cantan y bailan, que se reúnen en sitios cerrados para dar la sensación que son muchos y que, mientras unos cuantos discuten  en asambleas ‘espontáneas’ soluciones importantísimas sobre los problemas que ha creado la globalización y votan a mano alzada, el resto se toma unas cervezas y charla de temas menores como echando un ratito... Eso sí, todos muy pendientes del móvil…

Luego, cuando ya es tiempo de recogerse, cada uno se va a su casa. Menos unos cuantos que, calientes como una queimada después de señalar a los culpables de los problemas de la humanidad, se quedan en la plaza para mostrar su rebelión y dispuestos a sacrificarse por la humanidad.

Y es que, como todos han oído contar historias de jóvenes rebeldes y de ‘grises’ autoritarios, ellos también quieren sentirse protagonistas de ese tipo de hazañas para contárselas a sus hijos o a sus nietos.

Quieren emular aquellas historias truculentas de la dictadura y de la lucha de la izquierda española en la universidad o en París para cambiar el mundo, que les han contado. Entonces no existía el PSOE (o eran unas ‘madres’) pero ahora todos cuentan que estuvieron en mayo de 68 en París o en enero del 69 en Madrid.

Dicen algunos analistas que si las historias que cuenta la izquierda española de esos años en Madrid o el Paris fuesen ciertas, la dictadura franquista no hubiera durado tanto y en París sólo hubiera habido españoles en las manifestaciones.

No es serio. Este movimiento del 15M (15 Mentiras, dicen ahora) no es serio. O mejor, no es nada. Marketing puro y duro. Rentabilización publicitaria de una izquierda española sin ideas para tratar de recuperar momentos más o menos gloriosos o penosos, según se vea, en la rebeldía de los jóvenes.

La izquierda española ha querido, una vez más, ganar en la calle lo que perdió en las urnas. Y como no le ha bastado con los fracasos estrepitosos de la huelga general, las últimas manifestaciones de liberados o la patética concentración de estudiantes contra las reformas de la educación, ahora se ha inventado el aniversario de un 15M que murió el mismo día que fue desalojado de la Puerta del Sol el año pasado.

De hecho, la celebración del cumpleaños parecía, simplemente, una perfomance para llamar la atención. Una especie de Agiprop light al que se unió una gran cantidad de jóvenes que fueron por  allí porque había movida. Porque era divertido.

Reconozco que también hubo gente que, desesperada, cree que las hadas madrinas existen porque no les queda otra cosa en la que creer y se agarran a un clavo ardiente. Están en su derecho. Pero esa no era su guerra. Ahí no le iban a dar trabajo ni esa izquierda tiene posibilidades de hacerlo.

De todas maneras, me gustaría saber ¿quién está poniendo la pasta de todo esto? Porque organizar este espectáculo vale un dinero…

La respuesta, como en la canción de Dylan, ya que hablamos de los 70, estoy convencido que se quedará flotando en el viento…

Olivo Cortés

*Este diario no se hace responsable de las opiniones vertidas por sus colaboradores

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