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Yolanda suspende curso

Yolanda suspende curso

Hace unos meses, cuando intentaba retratar a los concejales de Pozuelo, dije que Yolanda Estrada estaba en Primero de Rubalcaba con todo lo que ello llevaba consigo.

Que llevaba toda la legislatura estudiando para ser intrigante, sibilina y de proceder misterioso y oscuro pero que, lejos de aplicarse en esa forma de actuar, también se movía con una suficiencia inaudita. Una suficiencia basada en lo que ella creía importante y, según aparentaba, con el apoyo de alguno de los jóvenes cachorros de Génova con los que presumía de tener buenas relaciones. Y eso, sin duda, iba en contradicción directa con la manera de actuar del genuino Rubalcaba, que es un tipo sinuoso que siempre aparenta no hacer ni saber nada pero que tiene más peligro que un cable en un charco.

Y esa manera de actuar significaba que Yolanda, aunque estudiase para ser como el actual Ministro del Interior, iba camino del suspenso. Porque a ella le gustaba figurar. Provocar miedo. Echar broncas. Jugar a ser verso suelto dentro del Ayuntamiento para terminar siendo, desgraciadamente, más falsa como un euro de chocolate.

Lógicamente, estaba condenada a no pasar el corte. Porque no se puede intentar hacer la labor de Ama de Llaves de Rebeca, como va siempre Rubalcaba, yendo de Marujita Díaz.

Como consecuencia de todo ello, la mujer se ha quedado en un intento. Ha suspendido y ya será difícil que remonte porque, en política, no hay septiembre ni se pasa de curso con un suspenso.


Con esto que digo no la estoy condenando penal ni civilmente. La presunción de inocencia es un derecho constitucional que respeto profundamente. Todo el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario. Y si ella dice que es inocente, hay que creerla.
Pero esa presunción de inocencia sólo es válida en relación al derecho civil o al derecho penal. En política, no. En política no existe la presunción de inocencia. Y mucho menos, cuando un juez imputa a un político. Ahí, la carga de la prueba se invierte. Los políticos no sólo tienen que ser inocentes sino parecerlo y demostrarlo. Esa es la regla del juego. Y, además, desde la eternidad. Y Yolanda es un político. Ella lo quiso libremente. Y, como tal, debe asumir sus reglas.

Puede que, cuando se celebre el juicio, no haya forma de probar que cometió el delito que le imputa el juez y que sea declarada inocente. Será la verdad jurídica. Pero en el aire quedará ya para siempre la verdad reflejada y, políticamente, estará marcada. Le pasa lo mismo a Sepúlveda. Incluso, a Camps y sus trajes en la Comunidad Valenciana y eso que ha salido limpio del caso. Pero esto es política.

La pena que tengo es que pienso que, realmente, Yolanda Estrada sólo es culpable de haberse visto deslumbrada por el oropel de la política, que es esa mezcla de erótica del poder y posibilidades de vivir de ella. Y esa ceguera le ha llevado por el camino equivocado. Se acercó tanto al sol que se le quemaron las alas.

Porque ahora, políticamente, está muerta. No irá en la lista de las próximas elecciones. Ni siquiera aunque fuese declarada inocente. No puede ir. Sería perjudicial para el PP porque siempre sería una carga para el partido. Insisto, son las reglas del juego.

También me apena que, desgraciadamente, le esté faltando dignidad política para irse ya a su casa. Desconozco la razón de esa forma de actuar. Supongo que estará esperando un milagro o querrá mantener el sueldo de concejal hasta el final de la legislatura. A fin de cuentas, su acta es personal e intransferible y está en su derecho de hacerlo, aunque ese derecho es manifiestamente mejorable, ya que sería su derecho auténtico si las listas electorales fuesen abiertas. Porque, en el caso de la legislación actual, lo que se vota es la lista completa de éste o de  aquel partido. Y como mucho, se vota al alcaldable, pero nunca a las personas que integran la lista. Y Yolanda no era más que una más de una lista ganadora. Como todos los concejales de Pozuelo aunque, luego, algunos de ellos vayan por la vida de prepotentitos, que no deja de ser más que la muestra más palpable de su complejo de inferioridad.


Este diario no asume como propias las opiniones difundidas a través de las colaboraciones y cartas al director que publica.

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